miércoles, 5 de septiembre de 2012

LECCIONES DE LIDERAZGO DEL PEQUEÑO PRINCIPE


Alguien muy sabio me explicó una vez la diferencia entre poder y autoridad. Y esta, en verdad,  es una distinción difícil de hacer ya que tendemos a utilizar ambas palabras como sinónimos.

A menudo las personas buscan desesperadamente tener el poder, incluso se enfrentan en crueles contiendas, en guerras y disputas por obtenerlo. “El fin justifica los medios”- piensan. Y cuando el fin es conseguir el Poder (con mayúscula) entonces… la mentira, el insulto, la amenaza y el engaño se convierten en herramientas lícitas y aparentemente indispensables. Porque cuando alguien tiene el Poder… Puede (también con mayúscula).

Recuerdo un capítulo de la preciosa historia de “El principito” de Antoine de Saint-Exupéry en el que su protagonista llegaba a un pequeño planeta habitado por un rey. En cuanto el Principito llegó, el rey inmediatamente lo reconoció como su súbdito, ya que, para los que tienen Poder, todas las personas son sus súbditos (de hecho, esta es la principal ventaja de tener Poder, ya que lo simplifica todo considerablemente). En un momento de la conversación, el Principito le pide al rey que, haciendo uso de su Poder, le ordene al sol que se ponga para poder presenciar una puesta de sol (pasatiempo favorito del Principito). En ese instante el rey le contesta…

“—Si yo le diera a un general la orden de volar de flor en flor como una mariposa, o de escribir una tragedia, o de transformarse en ave marina y el general no ejecutase la orden recibida ¿de quién sería la culpa, mía o de él?

—La culpa sería de usted —le dijo el principito con firmeza.

—Exactamente. Sólo hay que pedir a cada uno, lo que cada uno puede dar  —continuó el rey. La autoridad se apoya antes que nada en la razón. Si ordenas a tu pueblo que se tire al mar, el pueblo hará la revolución. Yo tengo derecho a exigir obediencia, porque mis órdenes son razonables.

— ¿Entonces mi puesta de sol? —recordó el principito, que jamás olvidaba su pregunta una vez que la había formulado.

—Tendrás tu  puesta de sol. La exigiré. Pero, según me dicta mi ciencia gobernante, esperaré que las condiciones sean favorables.”

Y es que, como demuestra el monarca de esta historia, una cosa es tener el Poder y otra ejercerlo, lo cual no es tan sencillo. De este breve texto se pueden extraer cuantiosas reflexiones, algunas, por cierto de bastante actualidad en estos tiempos de recortes. Sin embargo, me interesa resaltar el uso que hace del concepto de autoridad: “la autoridad se apoya antes que nada en la razón”- dice el rey. Y esta es una gran verdad. Mientras que el poder se ejerce, la autoridad se otorga, se reconoce. El poder es inherente al puesto, la autoridad hay que demostrarla, posiblemente a través de la razón, a través del sentido común, que como bien se dice, resulta ser el menos común de los sentidos.

Muchas somos las personas que por nuestro trabajo disponemos de nuestra pequeña parcela de poder (este con minúscula): policías, médicos, encargados, supervisores, profesores y un largo etcétera, ejercemos diariamente nuestro poder. Sin embargo, que tengamos autoridad es harina de otro costal. La autoridad es algo que se tiene que ganar a pulso, y supone un respeto y un reconocimiento por parte de los demás que ven en nuestras decisiones muestras de esa razón a la que aludía el rey de la historia. El ejercicio del poder puede ser caprichoso y arbitrario, puede basarse en la coacción y la amenaza, pero el ejercicio de la autoridad siempre descansa sobre el respeto, la honestidad y la razón.

El buen gobernante (encargado, policía, juez, maestro…) será recto y exigente, es su obligación, pero nunca pedirá peras al olmo, nunca pedirá imposibles, y en todo caso, sabrá esperar a que las condiciones sean favorables.

Nadie dijo que fuera fácil. De hecho el tío Ben ya lo advirtió cuando le dijo a su arácnido sobrino “un gran poder conlleva una gran responsabilidad”.

¡FELÍZ REFLEXIÓN!

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